De las siete chicas que somos en el curso, cinco nos retiramos dos horas antes de que terminen las clases para subirnos a un trencito de la alegría junto con otros chicos, y así ir a la casa de una amiga que cumplía quince años a darle una sorpresa increíble. De más está decir todo el quilombo que hicimos y como lloró nuestra amiga de la emoción que se llevó.
Y el quilombo tuvo su consecuencia, ya que ahora me duele la cabeza como si tuviera un redoblante adentro mío (y no debería estar en la computadora).
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